Siempre me sorprende la capacidad humana de encontrar y/o inventar infinitas causas de sufrimiento mental, e incluso, de transformarlas, a veces de modo inconsciente, en padecimientos físicos .
Recuerdo momentos mágicos y felices de mi infancia que podían ser provocados por cualquier pequeña cosa que hoy día no tendría para mí ninguna trascendencia especial como un juego cualquiera, la lectura de un libro, algún trayecto de casa a la escuela en buena compañía, ir en bicicleta o acariciar al perro, estar en familia o con las amigas y amigos.
Esta capacidad de disfrutar plenamente de cualquier cosa se va perdiendo cuando, a medida que crecemos, crecen también nuestros miedos, las responsabilidades y las preocupaciones por el futuro, las culpabilidades por los errores que hemos cometido o resentimientos por acciones de otras personas que sentimos que nos han perjudicado.
Y, al mismo tiempo, tenemos el apartado de las decepciones que también son fabricadas eficazmente por nuestra mente para provocarnos un plus de sufrimientos innecesarios. Las decepciones son todas aquellas cosas que esperábamos y que no se producen, o aquellas cosas que salen diferente de como habíamos pensado que sucederían, todo aquello que escapa a nuestro control y que lo habíamos imaginado diferente a como es en realidad.
Cuando somos adultos, para considerar que una cosa nos hace muy felices, debe ser extraordinaria, no puede ser algo que nos pase cada día. Por ejemplo: tener un hijo deseado, enamorarnos y que nos correspondan, obtener el puesto de trabajo que queríamos, recibir una sorpresa agradable, hacer un viaje, etc ...
No nos damos cuenta de lo felices que nos pueden hacer las cosas cotidianas y normales hasta que las perdemos y notamos su ausencia. Y, aun cuando tenemos una segunda oportunidad de disfrutar de algo que ya dábamos por perdido, de momento estamos muy contentos, pero pasado un tiempo dejamos de valorarlo y queremos conseguir mucho más. Como un deseo inagotable de felicidad que por sí mismo no nos deja ser felices .
Quizás, para estar mejor emocionalmente, debemos dejar de plantearnos constantemente cómo será nuestro futuro, qué pasará dentro de unos días, horas, minutos...; o dejar de plantearnos interrogantes sobre nuestro pasado, porque tuvimos que sufrir esto o aquello, o lo de más allá...
Centremos nuestra atención en lo que podemos hacer en este momento y hagámoslo al 100%, no esperemos que nuestra felicidad nos la provea alguien porque mientras esperamos y pensamos, podemos estar perdiendo lo que realmente nos podemos dar a nosotros mismos o a las personas que nos rodean.
De la vida recibiremos por lo que damos y no por lo que esperamos...
Esto también lo podemos aplicar a los padecimientos. Suframos sólo por lo que realmente nos pasa y no por lo que pensamos que nos puede pasar en el futuro , o por cosas que pasaron hace mucho tiempo y que ya no tienen solución. Así reduciremos de forma importante nuestros sufrimientos. Hay una frase que podemos ver mucho últimamente y que dice: "el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional".
En la vida todo pasa por alguna razón, y muchas cosas que ahora mismo, o en nuestro pasado nos parecen o nos parecieron terriblemente negativas e insoportables, finalmente han resultado ser las piezas clave para construir cosas positivas de nuestra vida actual o futura.
Pienso que en el momento de la muerte en que se nos aparece la película de nuestra vida, según explican personas que han estado clínicamente muertas, es cuando realmente podremos ver el sentido de todo lo que nos ha pasado, como en el final de una novela de misterio en el que todas las piezas adquieren su significado real y se colocan en su sitio.
Como cuando leemos, no hay que preocuparse constantemente por lo que pasará a continuación o por lo que ha pasado. Si estamos atentos y dejamos fluir, al final lo entenderemos todo.
Quizás...
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